Que estas elecciones iban a ser transformadoras era algo predecible. A nadie se le escapaba que saliese lo que saliese de las urnas, el 7 de mayo de 2015 el Reino Unido iniciaría por fin un proceso de transformación esperado durante mucho tiempo. Renovarse o morir, que dirían algunos. El aplastante triunfo del Partido Nacionalista Escocés al norte de las islas y la mayoría absoluta del Partido Conservador al sur -junto a su promesa de convocar un referéndum sobre la pertenencia a la Unión Europea– son, para muchos, el empujón necesario para iniciar esa conversación pendiente que decidirá el rumbo de este país.
Durante siete semanas de campaña y mucho tiempo más de eventos y discursos con la vista puesta en el horizonte electoral, un hung Parliament o Parlamento en desacuerdo era el escenario más previsible. Sin embargo, la ya de por sí menoscabada credibilidad de las encuestas se evaporó de golpe tras una mayoría absoluta de los Conservadores que nadie fue capaz de prever. La sorpresa ha sido de tal magnitud que las empresas demoscópicas tendrán que hacer frente a una investigación independiente para averiguar qué pasó para que sus estimaciones se desviasen de tal manera del resultado final y ninguna fuese capaz de prever la magnitud de la victoria tory, quienes con 331 escaños (el 36,9% de los votos y 24 diputados más que en las elecciones anteriores), gobernarán en solitario.
Cómo explicar este inesperado resultado está siendo una auténtica complicación para los analistas británicos, tan acostumbrados a lo previsible. Casi todos parecen haber llegado finalmente a la misma conclusión: un repunte de desconfianza repentina hacia las impredecibles consecuencias que un cambio político podría tener en la economía está detrás de que muchos indecisos se inclinasen finalmente por los conservadores y sus políticas de austeridad. Cifras macroeconómicas como un crecimiento del PIB del 2,8 % en 2014 o una tasa de desempleo del 5,6% pesaron más, de acuerdo con esta teoría, que el aumento de los trabajos precarios, el millón de británicos acudiendo a los bancos de alimentos o los 2,3 millones de niños en riesgo de pobreza extrema a la hora de votar. Sigue leyendo