Marcela Turati: “Ya se rebasaron todos los umbrales de la violencia”

Además de ser una de las mejores cronistas latinoamericanas, Marcela Turati (México, 1974) es una periodista con fondo, de esas que a pesar de su juventud tiene ya decenas de historias, anécdotas y experiencias acumuladas en su memoria. Es cercana, sus palabras suenan sinceras y no se molesta en esconder su lado más humano. Especializada en la cobertura del impacto social del narcotráfico y la guerra contra los carteles emprendida por el Gobierno de Felipe Calderón, lucha semana tras semana en las páginas de la revista Proceso para que las voces de las víctimas no caigan en el olvido de una sociedad cada vez más inmune a los devastadores efectos de la violencia.

Tras intervenir en el encuentro «Nuevos Cronistas de Indias 2», que se celebró en la capital mexicana la semana pasada, tuve ocasión de charlar brevemente con ella y hacerle unas cuantas preguntas para la nota que estaba preparando: “Cronistas latinoamericanos buscan nuevas formas de relatar la violencia”. Aquí están sus respuestas íntegras, toda una lección de periodismo de a pie. Pero antes, recomiendo su crónica «La descomposición nacional», una obra maestra del periodismo narrativo que se abre paso en América Latina.

P. Primero de todo me gustaría preguntarle ¿cómo cree que se está tratando la violencia en los medios de comunicación mexicanos?

R. En México el crimen se empezó contando mediante el “ejecutómetro”, la nota dura que cuenta los sucesos del día anterior, cuántos murieron, cómo fue el incidente y qué pasó.  Después, cuando se vio que eso era insuficiente, se empezaron a hacer las crónicas del horror, de cómo fue la masacre, los testimonios de los supervivientes si es que los hubo. Luego se mutó y se empezaron a hacer cosas sobre las víctimas, por ejemplo, se iba al funeral a ver qué decían las familias. Ahora en muchos lados también se usan los expedientes judiciales, conseguir uno que muchas veces filtran y contar cómo ocurrió algo según lo que declararon los testigos.

P. Frente a esto ¿cómo lo trata usted?

Yo y otro grupo de reporteros y reporteras decidimos cubrir con una mirada social el narcotráfico. Ya veníamos fogueadas de cubrir pobreza, movimientos sociales, derechos humanos, y decidimos invertir un poco la mirada y no dejar que solo contaran esto los periodistas que cubren asuntos judiciales. Había que pararse desde otro ángulo y contar el impacto que esto tiene en la gente, quiénes son las víctimas, e ir relatando todo el proceso, desde cuál fue el impacto personal, familiar y emocional de la violencia en las personas, hasta qué provoca, a futuro qué va a pasar, qué se puede hacer, etc. Y yo personalmente lo hago mediante crónicas, porque no encuentro otra manera de contar esto, porque son historias de la gente con las que tú retratas toda la sociedad, no es una historia anecdótica, no le pasó solo a una persona, sino que hablas de fenómenos sociales y tienes que ponerle cara a las cifras.

R. ¿Cómo afecta esta violencia a los periodistas que la cubrís?

El trabajo con víctimas te afecta de alguna manera, pero lo peor lo sufren los periodistas que viven en las regiones, que no pueden hacer lo que yo hago, que es ir, cubrir e irme a mi casa. Ellos viven ahí y las balaceras ocurren ahí y si publican algo todo el mundo sabe donde viven. Se han hecho algunos estudios en los que se habla de que el estrés postraumático de los periodistas que viven en las zonas de conflicto es el estrés que tendría un combatiente. Yo lo que he encontrado, y no nada más aquí, es que aumenta mucho el alcoholismo, que hay un miedo tremendo a que le pase algo a la familia, que mucha gente no puede dormir, también hay una gran soledad y una adicción a la adrenalina, porque de repente ya no mides lo que es peligroso y lo que no lo es.

Por ejemplo, conocí un día a un fotógrafo en Ciudad Juárez que en un turno de ocho horas había retratado en diferentes actos a 19 muertos. Y yo le preguntaba que cómo le hacía para limpiarse de eso e ir a casa y besar a sus hijos. Es para todos muy difícil, más para ellos, y para los que cubrimos asuntos de víctimas muchas veces te entra la tristeza y la desesperanza, más cuando no ves una reacción, cuando lo que escribes es como si no existiera. Compartes un poquito de lo que pasan las víctimas, de su dolor, pero parece que no tienen permiso de expresarlo, tiene que ser privado, no pueden sacarlo al público porque no se cree, porque no vale.

P. Este encuentro habla de la crónica, ¿cómo se trata la violencia desde una perspectiva narrativamente estética?

R. Se tiene que hacer primero para que las cifras dejen de ser cifras porque ya no nos dicen nada, ya rebasamos todos los umbrales de la violencia, todo lo que creíamos que ya era el límite se pasó. Se encuentran en un pozo 55 cadáveres, a la otra semana 72 migrantes asesinados, a la otra un casino lleno de personas quemado, entonces cada vez como que ampliamos nuestro umbral y la gente se anestesia y ve las notas como normales, se blinda porque tienen miedo y no sabe qué hacer.

Por ejemplo, una de esas veces que me mandaron a Juárez me quedé pensando cómo contar lo mismo desde una perspectiva distinta. El tema seguía siendo la muerte. Fueron tres días de hablar y hablar con gente hasta que ya encontré el tema: las funerarias y la ruta de la muerte. Seguimos a un buitre, que es un agente funerario que va de escena del crimen en escena del crimen ofreciendo sus servicios. Subí con él en el carro, desde donde intercepta las comunicaciones del ejército. Luego en el panteón había personajes que parecían salidos de la ciencia ficción. El administrador decía que parecía un controlador aéreo porque ya eran tantos muertos que tenía que parar carrozas, que tenía que tratar de que no fueran del mismo evento porque se podían matar, que tenía que cuidar de enterrar a un sicario de un barrio lejos de otro, o a un policía lejos de un sicario. Luego estaban los músicos que ya no tocaban en los bares porque ya no había vida nocturna, que se fueron a los panteones y los contrataban cada hora por cada carroza que iba llegando. La violencia ha trastocado hasta la industria fúnebre. Es la otra manera de presentar lo mismo que tienes que repetir y repetir, que están matando a gente.

P. ¿Al final del día, después de reportear, con qué sensación se queda?

R. Cuando publico siento de todo, siento que me faltó reportear, a veces no me gusta mi crónica, a veces siento que no me dio tiempo, a veces tengo miedo de que le hagan daño a la gente, aunque yo cuido y siempre digo que el fundamento es que no revictimicen a la víctima y que la crónica no sea la causa por la que le hagan daño, pero uno nunca sabe. A  veces con miedo de ti misma, según donde estés, con tristeza de la gente, pero bueno al final del día también me quedo con la sensación de que hice lo que tenía que hacer, pude llegar hasta aquí, mis fuerzas o mi ánimo no me dieron para más. Sí, de repente dices esto es lo que pude hacer y ya no me puedo exigir más porque es tan abrumador, que no me voy a sentir mal, misión cumplida, vamos a ver la próxima semana de qué escribimos.

Tortura y violaciones de los derechos humanos en México, una realidad ignorada por el Estado

Portada del Informe presentado por Amnistía Internacional

Expuestas a represalias si denuncian y desamparadas por una justicia que tachan de ineficaz, las víctimas de tortura y otras violaciones de derechos humanos en México denuncian que el Estado hace oídos sordos a una realidad causada en muchos casos por sus propios cuerpos de seguridad.

El 16 de febrero de 2002 la indígena me’phaa Valentina Rosendo Cantú fue violada por dos soldados en la sierra de Guerrero, en el sur del país. Fue acusada de mentir, tuvo dificultades para recibir atención médica y para interponer la denuncia y, una vez lo hizo, fue hostigada por militares a las puertas de su casa.

«Me sentía mal porque pensaba que a lo mejor fue mi culpa, me preguntaba por qué fui a esa hora, por qué tuve que abrir la boca. Yo sentía que no tenía salida, varias veces intenté suicidarme desde un puente», recordó en entrevista con Efe.

Casi una década después fue la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH) la que exigió al Gobierno mexicano, a través de una sentencia de acatamiento obligatorio, reconocer su responsabilidad en los hechos y pedir perdón públicamente, un acto que se celebró en diciembre de 2011.

 Sin embargo, su vida nunca volvió a ser la que era. En 2003, menos de un año después de lo sucedido, tuvo que abandonar junto a su hija y su marido la comunidad ante el acoso de los militares, las amenazas de la autoridad local para que desistiese de su denuncia y la dolorosa discriminación de sus vecinos.

 «Llegamos a Chilpancingo (capital del estado de Guerrero) sin hablar español, sin trabajo, ni techo. Mi marido me golpeaba porque tenía que cumplir como esposa y dos años después de aquello me abandonó con 50 pesos (casi 4 dólares) y sin pagar las rentas», recuerda.

 Cuando recibió la sentencia de la CorteIDH lloró «de emoción» y aunque ahora vive «más tranquila» no puede desvelar su domicilio por seguridad. Diez años después, los culpables, aunque se sabe que pertenecen al 41 batallón de Infantería del Ejército, no han sido identificados ni procesados.

 El caso de Gerardo Torres, estudiante universitario de 19 años, es más reciente. El 12 de diciembre de 2011 fue detenido junto con otras 23 personas por agentes federales durante una protesta estudiantil en Chilpancingo, capital de Guerrero, en la que la policía disparó y mató a dos de los manifestantes.

 Llevado a un lugar aislado fuera de la ciudad, fue amenazado de muerte y golpeado en el estómago, las costillas y los brazos, así como obligado a apretar el gatillo de un arma automática para implicarlo falsamente en los asesinatos anteriores.

 «Forcejee con ellos, no quería que pusieran mis manos en el arma, les dije que nunca había disparado y me gritaron con insultos que ahora iba a aprender, al final vinieron otros dos, pusieron mi dedo en el gatillo y ellos apretaron», relató a Efe Gerardo Torres.

 La preocupación nacional e internacional ante las pruebas que responsabilizaron a la policía de la muerte de los dos manifestantes y los malos tratos a los detenidos permitieron que él y los otros 23 arrestados fueran puestos en libertad el 13 de diciembre.

 «Es algo muy cruel que todavía se siga practicando la tortura en México, pasar por algo así te cambia la perspectiva. Es una sensación muy dolorosa», agregó el estudiante.

 Estos son dos de los casos que aparecen en el último informe de Amnistía Internacional sobre tortura y malos tratos en México, presentado hoy bajo el nombre «Culpables conocidos, víctimas ignoradas», en el que alertan de que se trata de una práctica «sistemática» y «generalizada» agudizada en los últimos seis años.

 El informe recoge los datos obtenidos por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), que aunque «está lejos de representar el verdadero número de torturas», pues solo está autorizada a recabar aquellas en las que las autoridades federales están implicadas, ofrece los datos «más completos» por el momento.

 De acuerdo con este registro, en los últimos seis años se produjo un incremento de más del 300 % de los casos, pues mientras en 2007 se recabaron 392 denuncias, en 2011 esa cifra ascendió a 1.669, solo teniendo en cuenta los casos del fuero federal, cuyos delitos representan el 10 % del total.

 «La realidad se conoce, pero no se puede demostrar, lo que permite al Estado ignorarla, ese es el resultado más evidente», dijo a Efe Rupert Nox, jefe del área de investigación para México de AI.

 El informe insta al Gobierno a recabar información «fidedigna» que permita diseñar e implementar políticas eficaces para combatir esta situación, añadió.

 De acuerdo con el documento, el aumento de casos de tortura y malos tratos se ha producido en un contexto de «severa crisis de seguridad pública» en la que más de 55.000 personas han sido asesinadas y al menos 160.000 han sufrido desplazamientos internos como resultado de la violencia entre carteles de la droga.

 «El Gobierno ha impulsado a las fuerzas armadas en el combate de la delincuencia organizada, pero no ha aumentado los controles, rendición de cuentas y supervisión de esas actuaciones para garantizar el respeto a los derechos humanos», agregó el experto.

 Para EFE, publicado en El Correo

Fuerzas especiales mexicanas, del fuego virtual al fuego real

El Ejército mexicano, al frente de la lucha contra el narcotráfico, abrió el jueves a la prensa su centro de adiestramiento más moderno, equipado con un exclusivo sistema de simulación virtual por el que pasan los soldados antes de entrenar con armas de fuego. Situado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, en el central Estado de México, el Campo Militar 37-B alberga uno de los centros militares mejor equipados del país para instruir a las fuerzas armadas en técnicas de incursión, liberación de rehenes o combate urbano, entre otras.

En dichas instalaciones, abiertas a la prensa con motivo del Día de las Fuerzas Especiales, unidad de elite del Ejército mexicano, se encuentra el Subcentro de Adiestramiento Virtual, inaugurado en febrero pasado y formado por 49 módulos individuales. Allí se pueden reproducir hasta ocho ambientes diferentes de batalla, desde una zona rural o desértica, hasta el casco histórico de varias ciudades. En seis meses han pasado por este centro 1.132 soldados que han trabajado con distintos programas informáticos de entrenamiento militar que permite «remediar los daños colaterales», según el jefe de área, el teniente coronel de Infantería Héctor Daniel Guzmán.

«Aquí nuestros muchachos se preparan, se entrenan, no tenemos tasa de accidentes, no consumimos cartuchos y podemos practicar hasta que nuestro personal alcanza una eficiencia total», dijo durante una visita a las instalaciones organizada por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). Único en el país, el Subcentro de Adiestramiento Virtual es, según el militar, uno de los sistemas de simulación «más moderno del mundo», pues además de «acercar al personal a una situación real dentro de la seguridad del entorno virtual», permite «un primer contacto» con los «procedimientos que se deben respetar en combate».

De esta forma, los soldados, con el uniforme pertinente y los utensilios que necesitarían en una hipotética operación real, como cuerdas o equipo de salvamento, practican frente a una pantalla de tamaño medio actividades como el tiro y la puntería o la visión nocturna, ya sea de forma individual o por grupos. Tras el entrenamiento virtual, pasan al adiestramiento en campos de tiro próximos, como el de «La Joya», una representación a escala real de un poblado formado por siete construcciones, entre las que se encuentran varias casas sencillas de planta baja, una edificación de varios pisos y varios vehículos.

Amenazas de francotiradores, rescate de rehenes o auxilio de autoridades civiles son algunos de los ejercicios que realizan en este poblado de aspecto rural los integrantes de las Fuerzas Especiales para practicar los combates con armas y fuego real. Cada ejercicio está precedido de una explicación en la que se recuerda a los soldados los pasos a seguir en cada situación y se repiten conceptos teóricos como «el uso gradual de la fuerza», que consta de cuatro fases: disuasión, persuasión, uso de fuerza no letal y uso de fuerza letal.

En total, 16 tipos de entrenamientos conforman el programa instructivo que se imparte a los integrantes de las Fuerzas Especiales en «La Joya», algunos de los más vistosos son el descenso y ascenso con cuerda libre desde un helicóptero, los simulacros de incursiones terrestres o los rescates de rehenes. «Las fuerzas especiales nos enfrentamos a la cotidianeidad de todas las misiones que cumple el Ejército (…) en cualquier tipo de ambiente», indicó el teniente coronel.

Los soldados deben tener dos años de adiestramiento militar y luego aprobar exámenes de conocimiento, resistencia física, médica y de confianza para integrarse en esta unidad, identificada con el símbolo de un murciélago, en representación de la furtividad que sus integrantes deben emplear. El Ejército ha estado a la cabeza del combate al narcotráfico que inició el presidente Felipe Calderón poco después de asumir el poder el 1 de diciembre de 2006.

Desde entonces unas 50.000 personas han perdido la vida en los enfrentamientos entre los cárteles de las drogas y de estos con las fuerzas de seguridad. Aunque la institución goza de gran prestigio entre la sociedad mexicana, el proceso penal abierto en contra de cuatro generales por presuntos nexos con el narcotráfico arroja una sombra sobre su reputación, en especial por el rango de los implicados.

Para EFE, publicado en La Opinión

El narcotráfico, controvertida fuente de inspiración para creadores mexicanos

Foto EFE. Sashenka Gutiérrez (@miss_cocoa58)

Tras años de violenta convivencia con la sociedad mexicana, el narcotráfico se ha convertido en fuente de inspiración para escritores, músicos o actores, quienes rechazan las críticas y defienden la necesidad de retratar la realidad.

El escritor Élmer Mendoza (Culiacán, México, 1949) relata a través de sus novelas el efecto del narcotráfico y la estética de su cultura como una forma «natural» de relacionarse con la situación que le ha tocado vivir en su natal estado de Sinaloa, al norte del país, uno de los más azotados por la violencia.

En conversación telefónica, se muestra convencido de que fueron las circunstancias las que lo llevaron a escribir sobre el asunto, pues como novelista no tuvo «más remedio» que interesarse por «las anormalidades y el caos social» que se vivía en su ciudad.

«Yo no decidí, la época que me ha tocado vivir, la ciudad donde nací, donde crecí, fueron las que decidieron por mí, las que me mostraron el camino», expresó con absoluta convicción el autor, quien además es catedrático en la Universidad Autónoma de Sinaloa.

A pesar del realismo de sus historias, Mendoza confiesa que siempre se mantiene «dentro de los límites de la ficción», y las historias que cuenta, si ocurrieron de verdad, fue hace mucho tiempo, el suficiente como para que nadie se dé por aludido.

No obstante, admite que se ayuda de gestos y palabras propias del entorno del narcotráfico, elementos que considera importantes aportaciones culturales adoptadas por el lenguaje coloquial, y que en alguna ocasión le han dado problemas de traducción.

Como ejemplo curioso relata una anécdota que le sucedió hace tiempo, cuando en una de sus novelas usó la palabra «perico», que en la jerga del narco significa aspirar por la nariz cocaína u otra droga en polvo, y que en principio fue traducida como «loro».

Sinaloa, cuna de los principales capos del narcotráfico, forma parte junto con Durango y Chihuahua del triángulo dorado de las drogas, que alberga importantes manifestaciones de la llamada narcocultura.

El Gobierno de Sinaloa prohibió en mayo de 2011 que se interpretase música y canciones con temas vinculados al narcotráfico, conocidas como «narcocorridos», muy popular en bares, cantinas, centros nocturnos y salones de fiestas, al considerar que hacían apología de la violencia y ensalzaban al narcotraficante.

Para Mendoza, quien descarta una influencia real en la mayoría de la sociedad, la diferencia principal entre esta música y la tradicional ranchera es que es «de triunfadores, de gente que ha vivido, ha muerto y ha enfrentado situaciones extremas».

Por su parte, la actriz mexicana Irati Marta, quien interpreta a la amante de un narcotraficante en la obra de teatro «El narco pacto con Dios», dijo que no entiende por qué se cuestiona si es conveniente hablar o no de narcotráfico, pues, a su juicio, la cultura debe ser «reflejo y crónica del presente».

«El trabajo del arte es cuestionarnos a cerca de ese presente con un trabajo que en algún punto termina siendo angustioso, porque te preguntas a dónde va a parar toda esta violencia», reflexiona.

Junto a ella, la también actriz Aidé Boeto, asegura que no se puede omitir que la narcocultura y su riqueza está muy arraigada en México, pues «es parte de lo que está pasando en la realidad nacional» y se canaliza a través de «numerosas expresiones artísticas como la pintura, el teatro o la música».

«Hay cosas que enriquecen a la cultura, no quiere decir que estemos de acuerdo con el narcotráfico, pero sí que el arte siempre refleja la realidad y la transforma en un reflejo», afirmó.

Escrita por la dramaturga Sabina Berman, la obra huye de lo políticamente correcto y desde un punto de vista satírico trata de criticar la «doble moral» de la sociedad, incluida la que atañe al narcotráfico, un sector que, según recordaron las intérpretes, está amparado por una estructura económica que también crea empleos.

«No nos interesa decir esto está bien o mal, más bien es una obra que lo que plantea es abrir los valores morales, cuestionarlos y cuestionar la doble moral mexicana», asegura Irati Marta en su camerino, minutos antes de salir a escena en la Sala Shakespeare.

Para entender el problema del narcotráfico, añade, habría que ayudarse de la cultura y fijarse en la estética y en las expresiones que ensalzan la figura del narco y sus hazañas, pues así se podría entender qué mensaje quieren transmitir sus seguidores.

«Lo que se ve de fondo es un resentimiento social apabullante. Veo una parte de la sociedad que ha sido vejada, maltratada, abandonada y que se rige por el morir o matar, por la filosofía de o vivo yo o vives tú», aseveró la actriz.

Para Efe, publicada en El Confidencial